Batalla contra los prejuicios, ignorancia y discriminación.

¿Cómo México enfrenta al VIH? Parecería una pregunta sencilla; sin embargo, llevamos más de 35 años sin saber el camino eficaz para hacerlo.

¿Tenemos medicamentos gratuitos? Sí. ¿Tenemos póliza de seguro popular gratuita? Sí. ¿Tenemos Clínicas Especializadas y Capasits en todo el país? Sí. ¿Tenemos una cobertura que pocas enfermedades crónicas tienen en México? Sí.

Lo que tenemos en cuanto a acceso, tratamiento, seguimiento, canalización, podría responder que lo tenemos todo; sin embargo hay faltantes importantes en los servicios de salud. 

“Mira a México cómo ha avanzado en la lucha de una epidemia que inició hace más de 35 años”, dirían algunas personas. “Mira a México que eficiencia tiene en la atención de las personas viviendo con VIH”, gritaran otras tantas.

“Mira a México y sus autoridades con la capacidad para reducir costos y aumentar la cobertura de salud”. 

Sin duda, todas esas declaraciones son reales, no se equivocan, pero tampoco dan la fotografía completa. Hay otra parte que día con día impide llegar al máximo nivel de bienestar después de recibir un diagnóstico positivo de VIH.

Pero hagamos un análisis más profundo, el problema social del VIH poco tiene que ver con la enfermedad misma, sino por cómo se llega a ella. Nuestras prácticas, nuestros afectos, nuestras orientaciones; es ahí donde hemos encontrado que se entrecruza y superpone un discurso estigmatizante. Homofobia en su más amplio ejercicio. 

“¿Cómo te “contagiaste?” “¿Con cuántas personas te acostaste?” “Te dije que las relaciones entre hombres no eran “naturales”. “Eso es un castigo ‘divino’”. “Las consecuencias de llevar “ese” estilo de vida”.

Estas y muchas otras frases más y preguntas se incrustan en la homofobia y transfobia principalmente. Porque en el imaginario social y colectivo de muchos espacios la homosexualidad y el tener una identidad de género no normativa nos hace personas acreedoras a ese que se refieren como un “castigo” al diagnóstico.

Desde 1983 cuando iniciaron los primeros casos de VIH el aquel entonces llamado -cáncer gay- o -cáncer rosa- fueron las propias comunidades afectadas que iniciaron una lucha que aun no se le ve fin. Fueron estas comunidades que con bote en mano salían a pedir donaciones para investigación, compra de condones, realización de bailes y subastas para poder mantener vivos a los que ya se encontraban en los hospitales. El primer pabellón en Estados Unidos especializado para atender y de alguna manera segregar a los pacientes en fase de SIDA fue en San Francisco.

Debido a que pocos hospitales querían atender a las personas que presentaban síntomas y después complicaciones. Con el tiempo encontraban en los servicios de salud una negativa para admitirlos, canalizarlos y tratarlos, el personal de enfermería no quería tener ningún contacto físico con ellos. Muchas de estas personas que presentaban síntomas eran sacados de sus casas, de sus trabajos, de sus vecindarios, de los restaurantes, de sus propias familias y de cualquier lugar público.

Sin duda, hay cosas que han cambiado del pasado a ahora, pero muchas situaciones de las antes descritas ahora se hacen veladamente y muchas otras tantas se han institucionalizado.

Empresas que siguen haciendo y exigiendo pruebas de sangre con la finalidad de hacer pruebas de VIH no consentidas, hospitales que siguen violando la norma oficial mexicana 253, que expresamente impide la prohibición de la donación de sangre de hombres homosexuales u hombres que tengan prácticas sexuales con otros hombres, servicios médicos que nos tratan como una estadística deshumanizando en todo trato posible.

El VIH permea las condiciones de acceso al empleo. ¿Qué empresa está dispuesta a dejar salir a un empleado o empleada una vez cada dos meses en horario laboral? Estas cifras de salidas temprano o llegadas tarde aumentan si el lugar donde te atiendes te pide que vayas cada mes por tu medicamento antirretroviral.

Lo anterior descrito, nos pone en un dilema que resulta grave en la actualidad. Elegir entre seguir sin empleo, afiliado al seguro popular y libre de ir a tus consultas médicas, realización de estudios, surtimiento de recetas, pero sin dinero. O bien tener un empleo en donde prácticamente tu derecho a la confidencialidad se ve violado ya que indudablemente tus jefes te preguntarán ¿A que va tanto usted al doctor?

Las personas que no dicen o dan a conocer su diagnóstico tienen una razón; o en este caso varias razones, en su mayoría es la protección que hacemos al posible rechazo, al que dirán, a perder el empleo, a los cuestionamientos irracionales, a los juicios públicos, a los chismes de oficina, a los rumores de vecindario. Hay personas que ni siquiera tienen la confianza de decirle a sus familias, menos a sus padres. Pesa el estigma, pesa la ignorancia, pesan los juicios y en muchas ocasiones son esos los que nos llevan a tomar caminos en solitario.

Los avances de la ciencia nos han permitido conocer que el VIH, Virus de Inmunodeficiencia Humana es una enfermedad crónica, tratable y con ninguna limitante en cualquier ámbito de la vida, según el sentido médico. Sin embargo, este mismo virus nos ha mostrado también una parte de la sociedad que lastima e impide el pleno ejercicio de nuestrosderechoshumanos. ¿Cuáles? Todos.

El derecho a una vida digna, el derecho al trabajo, el derecho a formar una familia, el derecho a tener servicios de salud integrales, el derecho a la confidencialidad, el derecho a ser y pertenecer, el derecho a ser libres.

Mientras eso encontramos, ahí siguen surgiendo los nuevos casos todos los días, las personas jóvenes en plena era digital teniendo nuevas formas de interacción social y corporal y un Centro Nacional para la Prevención y Control del VIH/SIDA (Censida) poco interesado, un gobierno aletargado que no sabe como realizar acciones eficaces para la prevención.

La salud mental de las personas ya en tratamiento con fallas y vacíos importantes, las mujeres desatendidas por la incapacidad de crear políticas públicas diferenciadas y el manejo de nuestra sexualidad condenada a atravesar por discursos limitantes y enjuiciadores, la división de un sistema de salud que en muchas ocasiones nos cuesta la indetectabilidad y por supuesto la tranquilidad.

Y aun con todo lo antes descrito aquí seguimos, algunos viviendo en la visibilidad y las consecuencias sociales que eso trae, reclamando un lugar que nos pertenece, tratando de construir redes de apoyo eficaces, desafiando a un sistema que nos desecha y nos da por muertos. Viviendo de la mejor manera que podemos no sólo nuestros diagnósticos, sino, también, nuestra vida, nuestros sueños, nuestra sexualidad.

Y muchas personas se preguntarán: ¿Cómo puedo ayudar? Y la respuesta siempre es la misma, ejerciendo su sexualidad de forma responsable, conociendo sus cuerpos, haciéndose pruebas de detección de VIH y de otras Infecciones de Transmisión Sexual. Pensando que el VIH no discrimina, porque da lo mismo que seas un hombre homosexual, o una mujer trans, o una mujer casada, o un maestro soltero, o una trabajadora sexual. Todas las personas con actividad sexual estamos expuestos a él; sin embargo, no dejemos que este virus se apropie de nuestra sexualidad, de nuestras orientaciones y de preferencias. El autocuidado será la forma más eficaz de luchar contra esta pandemia.

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